Esto me pasó de verdad. Ojo. Verídico. Real. Verdad verdadera. Based on a true story. Palabrita
del niño Jesús.
Una tarde de primavera , hará un par de años, circulaba con
mi Daewoo matiz a una más que
prudente velocidad de 80 km/h por una
recta larga de la carretera pm 803, dirección Sant Josep de Sa Talaia. Delante
de mí, una furgoneta Renault kangoo con el techo de plástico, en dos placas, de
esas que se pueden retirar por si llevas
objetos largos que no caben en el coche. La placa trasera del techo sale
de repente volando y se estampa contra mi faro delantero derecho, -impacto 1-,rebota,
y da en mi parabrisas, agrietándolo completamente ,- impacto 2-. Si no hubiese
mantenido la distancia de seguridad no lo cuento. La placa sigue su vuelo
anárquico y se mete , fuera de la
carretera, entre los matorrales, perdiéndose en la espesura.
Freno y me meto en el arcén. La Kangoo también frena y se
mete en el arcén, unos metros más adelante. De repente salen tres tipos, un
abuelete, un cuarentón y un chaval joven. Tienen todos pinta de magrebíes. Corren hacia
mí.
Error, pasan de largo sin mirarme,...y corren hacia donde parece que ha caído la placa del techo y gritan cosas en árabe. Separado de ellos por unos metros les digo:
Error, pasan de largo sin mirarme,...y corren hacia donde parece que ha caído la placa del techo y gritan cosas en árabe. Separado de ellos por unos metros les digo:
-Eh, vosotros. Estoy bien, gracias. Sigo vivo. ¿ Hacemos el
parte para el seguro?.
Encuentran su deseado y mortífero cacho de PVC y vienen
hacia mí. El más mayor me mira en silencio.
- Casi me matáis. Un poco más y no lo cuento.
- Gracias a Dios estás sano y salvo. Alá lo ha querido así. Los
otros dos asienten solemnemente con la cabeza a la lapidaria sentencia del habibi viejuno.
Afortunadamente tenían
su cutrefurgoneta al corriente de pago del seguro obligatorio a terceros, por
un momento pensé que Alá también había dispuesto que la broma me saliese por
una pasta.
Amiguetes, esto no es más que la introducción del relato de
hoy. Un precioso cuento persa, que leí el otro día, que me gustó mucho, y que
os transcribo a continuación. Así lo cuenta Farid al-Din ‘Attar:
Una mañana, el califa de una gran ciudad vio que su primer
visir se presentaba ante él en un estado de gran agitación. Le preguntó por la
razón de aquella aparente inquietud y el visir le dijo:
-Te lo suplico, deja que me vaya de la ciudad hoy mismo.
-¡ Por qué?
-Esta mañana, al cruzar la plaza para venir a palacio, he
notado un golpe en el hombro. Me he vuelto y he visto a la muerte mirándome
fijamente.
-¿La muerte?
-Sí, la muerte. La he reconocido, toda vestida de negro con
un con un chal rojo. Allí estaba, y me miraba para asustarme.
Porque me busca, estoy seguro.Deja que me vaya de la ciudad ahora mismo. Cogeré mi mejor caballo y esta noche puedo llegar a Samarkanda.
-¿De verdad que era la muerte?¿Estás seguro?
-Totalmente. La he visto como te veo a tí. Estoy seguro de que eres tú y estoy seguro de que era ella. Deja que me vaya, te lo ruego.
El califa que sentía un gran afecto por su visir, lo dejó partir. El hombre regresó a su morada, ensilló el mejor de sus caballos y, en dirección a Samarkanda, atravesó al galope una de las puertas de la ciudad.
Un instante más tarde, el califa, a quien atormentaba un pensamiento secreto, decidió disfrazarse, como hacía a veces, y salir de palacio. Solo, fue hasta la gran plaza, rodeado por los ruidos del mercado, buscó a la muerte con la mirada, y la vió, la reconoció. El visir no se había equivocado lo más mínimo. Ciertamente era la muerte, alta y delgada, vestida de negro, el rostro medio cubierto por un chal rojo de algodón.
Iba por el mercado de grupo en grupo sin que nadie se fijase en ella, rozando con el dedo el hombro de un hombre que preparaba su puesto, tocando el brazo de una mujer cargada de menta, esquivando a un niño que corría hacia ella.
El califa se dirigió hacia la muerte. ésta, a pesar del disfraz, lo reconoció al instante y se inclinó en señal de respeto.
-Tengo que hacerte una pregunta-le dijo el califa en voz baja.
-Te escucho.
-Mi primer visir es todavía un hombre joven, saludable, eficaz y probablemente honrado. Entonces
¿ Por qué esta mañana cuando él venía a palacio, lo has tocado y asustado?¿Por qué lo has mirado con aire amenazante?
La muerte pareció ligeramente sorprendida y contestó al califa:
-No quería asustarlo. No lo he mirado con aire amenazante. Sencillamente, cuando por casualidad hemos chocado y lo he reconocido, no he podido ocultar mi sorpresa, que él ha debido tomar como una amenaza.
-¿Por qué sorpresa?-preguntó el califa.
-Porque-contestó la muerte-no esperaba verlo aquí. Tengo una cita con él esta noche en Samarkanda.
Salud, paz y amor a todos.
Porque me busca, estoy seguro.Deja que me vaya de la ciudad ahora mismo. Cogeré mi mejor caballo y esta noche puedo llegar a Samarkanda.
-¿De verdad que era la muerte?¿Estás seguro?
-Totalmente. La he visto como te veo a tí. Estoy seguro de que eres tú y estoy seguro de que era ella. Deja que me vaya, te lo ruego.
El califa que sentía un gran afecto por su visir, lo dejó partir. El hombre regresó a su morada, ensilló el mejor de sus caballos y, en dirección a Samarkanda, atravesó al galope una de las puertas de la ciudad.
Un instante más tarde, el califa, a quien atormentaba un pensamiento secreto, decidió disfrazarse, como hacía a veces, y salir de palacio. Solo, fue hasta la gran plaza, rodeado por los ruidos del mercado, buscó a la muerte con la mirada, y la vió, la reconoció. El visir no se había equivocado lo más mínimo. Ciertamente era la muerte, alta y delgada, vestida de negro, el rostro medio cubierto por un chal rojo de algodón.
Iba por el mercado de grupo en grupo sin que nadie se fijase en ella, rozando con el dedo el hombro de un hombre que preparaba su puesto, tocando el brazo de una mujer cargada de menta, esquivando a un niño que corría hacia ella.
El califa se dirigió hacia la muerte. ésta, a pesar del disfraz, lo reconoció al instante y se inclinó en señal de respeto.
-Tengo que hacerte una pregunta-le dijo el califa en voz baja.
-Te escucho.
-Mi primer visir es todavía un hombre joven, saludable, eficaz y probablemente honrado. Entonces
¿ Por qué esta mañana cuando él venía a palacio, lo has tocado y asustado?¿Por qué lo has mirado con aire amenazante?
La muerte pareció ligeramente sorprendida y contestó al califa:
-No quería asustarlo. No lo he mirado con aire amenazante. Sencillamente, cuando por casualidad hemos chocado y lo he reconocido, no he podido ocultar mi sorpresa, que él ha debido tomar como una amenaza.
-¿Por qué sorpresa?-preguntó el califa.
-Porque-contestó la muerte-no esperaba verlo aquí. Tengo una cita con él esta noche en Samarkanda.
Salud, paz y amor a todos.
3 comentarios:
Magnífico y sorprendente relato que no conocía. Me ha gustado.
Un abrazo, querido.
Salud y República
Muchas gracias rafa, por tu solitario comentario. A mí también me gstó, el cuento. No resistí la tentación de copiarlo. Un abrazo
La muerte es mujer y cuando una mujer tiene un plan...
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