El Arxiu Històric de Girona es una caja de sorpresa, todavía poco explorada. Todo empezó cuando el Institut zur Erforschung de Deutchen Juden de Hamburgo encargó a Rosa Sala Rose, autora del imprescindible diccionario del nazismo y de «El misterioso caso alemán», que hiciera una cata en el archivo gerundense por si había documentos sobre el Holocausto judío: «Cientos de destinos humanos abandonados en vetustas cajas de cartón, fueron desfilando ante mis ojos, extendidos sobre las amplias mesas de madera» recuerda la historiadora.
Entre el cúmulo de fichas policiales y prolijos interrogatorios asomaba el trágico paisaje de la frontera pirenaica catalana en los tiempos del nazismo, la guerra civil y la conflagración mundial: republicanos en retirada, estraperlistas que hacían negocio con el hambre, paracaidistas que cayeron en el lugar equivocado, disidentes políticos, espías, resistentes franceses, nazis derrotados y, sobre todo, «judíos, cientos de judíos expulsados de sus diversas procedencias».
De este último grupo le llamó la atención la carta de un joven de 21 años, Werner Barasch. Redactada con caligrafía juvenil desde la prisión de Figueras pedía ser liberado al gobernador civil de Gerona. Y lo hacía en un perfecto castellano: «Viniendo de Francia para atravesar España en la ida a Portugal, y no habiendo podido cruzar la frontera sino clandestinamente, estoy detenido a la disposición de V. E. en esta prisión...» Así fue cómo Rosa Sala Rose supo de la existencia de Barasch, el hombre que sobrevivió a la barbarie nazi y sus cómplices. Residente en una apartada casa de Los Gatos (California), Barasch reunió sus experiencias de superviviente en «Fugitivo», libro autobiográfico que comenzó a escribir cuando se jubiló y que hece poco tiempo publicó en España la editorial Alba.
Descendiente de una acaudalada familia judía de Breslau, Barasch hubo de huir de la Alemania nazi; estudió bachillerato en Italia y pasó por una insolidaria Suiza que se desentendió de su situación; llegó a Francia, campo de Arg_les; en 1941, prisión de Figueras y luego dos años en el campo de Miranda de Ebro. Aprendió español en cien días leyendo el Quijote y anotando palabras: «Desde mi tierna infancia he recelado de las actividades colectivas, me ha molestado que me dirigiera la masa: en otras palabras, he sido un solitario». Mientras otros caían en la desesperación. Barasch razonaba cómo salir del atolladero.
Con una energía envidiable a sus 89 años, describe con gestos cómo salvó la piel de los nazis y sus colaboracionistas franceses y españoles. Cuando el estado totalitario instaura la ley de al selva aconseja desobedecer sus leyes «en el genocidio, en la supresión de los derechos civiles de la libertad o de la propiedad privada...» Barasch se negó a ser tiranizado y «escuchar mentiras y creérselas». En todos sus cautiverios buscó la forma de huir con suerte desigual y evitó dar «su cuerpo a los opresores». Su espíritu era libre.
Los apuntes autobiográficos de «Fugitivo» recuerdan una novela de aventuras, pero cada lance está refrendado por documentos. En sus charlas en colegios e institutos enseña a los jóvenes que la «responsabilidad es la habilidad de responder acertadamente a los retos». Barasch venció y convenció con la razón y la palabra
Os posteo a continuación, una entrevista aparecida en "la contra" de la vanguardia de hoy:
"Vencí a Hitler y a Franco, y venceré a Bush"
VÍCTOR-M. AMELA - 03/06/2008
Tengo 89 años. Nací en Breslau (entonces Alemania, hoy Polonia) y vivo en California. Consumí mi juventud huyendo de la mayor conjunción policial y militar de la historia. Nunca me casé y no tengo hijos. ¿Política? Combato a los dictadores. Soy de familia judía, y no practico
He sido refugiado, confinado, encarcelado, evadido, apátrida y exiliado, fugitivo en la Europa dominada por Hitler, Mussolini y Franco. Tanta persecución no pudo conmigo: ¡yo vencí! ¿Cómo empezó la persecución? Cuando Hitler llegó al poder, mi padre me envió a estudiar a Italia: mi papá anticipó el peligro que se cernía sobre los judíos... Millones de judíos no reaccionaron. Confiaban en que el pueblo alemán no toleraría que Hitler les hiciera ningún daño...
¿Y por qué no fue así? Hitler acertó a explotar un sentimiento de inferioridad de los alemanes con sus promesas de grandeza. Y miraron hacia otro lado.
¿Qué tal le fue por Italia? Mi papá, un comerciante que había prosperado, se esforzó por darme lo que él no pudo tener: instrucción. Así que en Italia hinqué los codos. ¡Y fui feliz! ¿Sí? Sí, porque los italianos eran desobedientes, descreídos, burlones, caóticos, solidarios..., ¡humanos! Tan diferentes de los alemanes... En clase se soplaban las respuestas.
Los italianos que lucharon en el bando franquista huían en cuanto había tiros. Ya, y los españoles los acusabais de cobardes. ¡Pues yo también soy cobarde! Evitar el choque...: ¡gracias a eso estoy vivo!
¿Huyó de Italia? Llegó la Gestapo y empezó a detener judíos. Amigos italianos me ofrecieron esconderme en sus casas. Preferí saltar a Suiza..., hasta que la sombra nazi me alcanzó.
¿Le detuvieron en Suiza? Me expulsaron. Pasé a Francia y gocé del París de 1939, ¡libertad y cultura! Me laureé como profesor de francés... el mismo día que estallaba la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo le afectó la guerra? Por alemán, me convertí en "enemigo extranjero". Hui de París, pero fui detenido y confinado en un campo miserable. Triste Europa, aquella... Seis meses después, Hitler entraba en París. Nos trasladaron de campo, y me escapé. Caminando y en autobús llegué a Marsella, pero caí en una redada. Encarcelado, una noche salté el muro de tres metros.
Era usted escurridizo... Compré una bicicleta a unos campesinos y pedaleé hacia Suiza durante días. En la frontera francesa me detuvieron: por judío, me metieron en un tren camino de otro campo.
¿Culpa a Francia de colaborar con los nazis en el genocidio judío? Francia fue corresponsable de la muerte de miles de judíos. Yo abrí un portón de aquel tren y, de noche, salté en marcha. Y a Suiza.
¿Por qué insistía en ir a Suiza? Alemanes y franceses me perseguían, y creí en la neutralidad suiza. Me equivoqué: los suizos me entregaron a gendarmes franceses. Y fue el peor momento de mi vida.
¿Por qué? Yo siempre he antepuesto el frío cálculo racional a las pasiones. Y por eso he sobrevivido. Pero aquel día fallé: ¡me abalancé sobre la pistola del gendarme!
¿Disparó? Quise matarme. Asombrosamente, el gendarme conservó la calma y me tranquilizó. Me enviaron al campo de Argelès-sur-Mer.
¿Coincidió con exiliados españoles? Creían que los aliados derrocarían a Franco y entonces podrían regresar a España... Pobres... Yo hui de allí: me deslicé por la espalda del guardia que vigilaba la puerta. Caminando de noche, atravesé los Pirineos. Estuve a punto de matarme varias veces...
¿Adónde se dirigió? Quise llegar a Barcelona, al consulado inglés, y que me ayudasen a ir a Portugal, y de allí a Estados Unidos, donde había ido mi madre. Pero me detuvieron y estuve encerrado cien días en el castillo de Figueres.
¿En qué condiciones? Casi muero de hambre. Aproveché para leer El Quijote con un diccionario francésespañol: aprendí un español un poco arcaico. Luego, a la Modelo: me esposaron tan fuerte que me cortaron los nervios de la muñeca: mire, aún estoy medio tullido... Luego, cárcel de Zaragoza, de San Sebastián, de Irun, el campo de Miranda de Ebro...
¿Acusado de qué cargos? Apátrida prisionero de guerra, sin más. Lo más triste fue recibir una carta de Alemania en 1942: mi padre había muerto en el campo de Sachsenhausen, lanzándose contra la alambrada eléctrica. Él creyó en un futuro mejor para mí, así que me conjuré en su memoria para salir vivo de aquel infierno.
¿Volvió a huir? Lo intenté agarrándome a los bajos de un camión, pero me descubrieron y los guardias casi me matan. Al fin, en marzo de 1943, Franco liberó a muchos presos extranjeros, como yo. Vio que a Hitler le iba mal.
¿Y qué hizo usted? Pasé dos años en Madrid, con ayuda de una pareja alemana, solicitando mi visado a Estados Unidos. Lo conseguí en 1945, ¡siete años después de huir de Italia! ¡Y vivo... contra todo pronóstico! Me enorgullezco de haber sobrevivido a la mayor conjunción de poderes policiales y militares de la historia. ¡Los vencí!
¿Ha vivido bien en Estados Unidos? Sí, y ahora combato a Bush, que actúa como mis enemigos Hitler y Franco: Guantánamo, Patriot Act... Como un dictador romano, monta guerras para fortalecer su poder interno. También le venceré. ¡Viva Obama!